KNUT HAMSUN, UN NOVELISTA DEL HAMBRE


Iván Apaza-Calle
Camino por las calles alteñas, me dirijo a la calle 2 de la Ceja. La parada de los automóviles que pasan por la universidad está vacía, no hay muchos pasajeros; sin embargo, el automóvil blanco está a punto de salir; en mis manos llevo “Hambre” de Knut Hamsun. Subo a la furgoneta cuyo nombre en sus franjas dice COTRANSTUR. En el transporte me siento al lado de un turista, me pongo cómodo y empiezo a leer. Mientras recorro los párrafos del libro, veo de reojo que el turista me observa, continúo leyendo…, el automóvil se detiene de repente, cierro el libro gris y observo; hay un tráfico terrible. El señor de al lado se esfuerza por leer las letras de la tapa: Knut Hamsun, HAMBRE.  ¿Acaso el título le recordó que tiene que comer? Noto que está sorprendido, me mira con cierta indiferencia, dejo de lado su mirada, separo nuevamente el libro y continúo leyendo…
Las horas han transcurrido en la Biblioteca Central de la Universidad. Muchos estudiantes con la cabeza gacha se entretienen con el celular, otros hojean las páginas blancas de un libro, algunos escriben y uno que otro resuelve ejercicios matemáticos…, y no falta en el sitio, un lector que se pone a dormitar. El vigilante de los libros se da cuenta de aquello. Se dirige a despertar al soñoliento. Vaya manera de castigarlo. 
Frente a mi está el libro de color gris, cuyas letras azules resaltan en la tapa y lomo. Tiene unas líneas artísticas de forma rectangular que no puedo clasificar. La obra de Hamsun es una edición de 1952; han pasado más de medio siglo desde su nacimiento y empaste, sin embargo tiene 129 años desde su publicación en 1890. Lo compré en la feria de libros viejos; quien lo tenía falleció recientemente, como es común sus familiares habían ofrecido a don Jaime el mercader de libros viejos para que los comercializara. Había cuatro yutes repletos de libros, las manos de coleccionistas, revendedores y lectores se movían sin cesar aquella mañana de invierno, pero aquellos libros del fallecido, en verdad, jamás le pertenecieron, tampoco a nosotros. Los libros no pertenecen a ninguno, simplemente están ahí, así como este libro gris que ya no me pertenece.
1920. Hamsun, es galardonado con el premio Nobel de Literatura; poco tiempo después estaría apoyando al régimen nazi, como el filósofo de los bosques Martin Heidegger; a partir de su apoyo sus escritos habían caído abajo, tuvo la mala suerte de ser juzgado por sus actos y pensamientos, consiguientemente, ha tenido pocos lectores y se lo ha condenado al silencio.
A veces los lectores juzgamos la obra de arte sin haberlo leído, oído o apreciado; más hacemos caso a los juicios de otros u otras…, juzgamos sin exprimir lo sustancial de una obra. Es verdad que la ideología que profesa un artista puede ser motivo de un pre-juicio, que puede llevar a encasillar o descalificar la obra de arte, pero son aspectos diferentes.
Se relaciona por ejemplo a la obra de Mijail Sholojov con el régimen comunista, pero cuando uno lee sus cuentos, no existe nada de comunismo, sino resalta la “capacidad” con que cuenta una historia; en cada historia sobresale lo trágico, la alegría, la tristeza y la felicidad humana, todo eso, narrados grandiosamente.
Sucede lo mismo con la obra de Hamsun. En Hambre uno puede hallar lo majestuoso de una novela, la forma como hilvana la narración es exacta, simple y conmovedora, hasta que la narración del escritor hambriento le recuerda al lector que es hora de ir a comer, no porque la novela sea aburrida, sino porque cuando se lee los momentos constantes de hambre del escritor anónimo se siente el mismo deseo de satisfacer el estomago. El hambre del personaje de Hamsun, causa hambre.
No estamos con una novela como “El lobo estepario” de H. Hesse, donde hay una estructura complicada, que hasta Mario Vargas Llosa ha confesado en “La verdad de las mentiras” que no ha sido capaz de entrar en esas “complejas interioridades del libro”.  
Hambre nos recuerda al hambre de los niños desposeídos en países de pobreza, asimismo nos recuerda a esos momentos donde no hay ni pan duro para llevarnos a la boca y poder callar los crujidos del estómago. Quizá si el personaje de Hamsun, por aquellas épocas, hubiere vivido en los andes, estaríamos seguros que paliaría su hambre pijchando la coca, como muchos indios hambrientos lo hicieron en la época colonial, en las minas, en las haciendas, en cada rincón.
El hambre del personaje, es una descripción a nivel micro sobre la tragedia humana. El hambre que acecha en cada rincón, puede ser el hambre del escritor anónimo que narra a cada momento el llamado de su estomago, pero también puede ser el hambre muy bien descrito y analizado por Josué de Castro en “El libro negro del hambre”, el hambre a nivel global, esa miseria endémica que reina el mundo.     
El personaje principal de Hambre, es un escritor que proporciona varios nombres, quizá en verdad sea un Fulano de Tal, o finalmente represente a todos los escritores del mundo, lo cierto es que no sabemos su nombre.
Se parece a Meursault de Albert Camus, narrando su historia en primera persona, o mejor dicho, Meursault se parece al escritor anónimo de Hambre; como se quiera. Ambos son extraños para su medio y cuentan su historia y las condiciones de su existencia plagada de infortunios.
Al personaje de Hamsun, le persigue a cada momento el hambre. Tiene hambre, mucha hambre, de hecho, siempre está entre la vida y la muerte; anda días sin comer, deambula ofreciendo sus cosas y quizá con el dinero comprar un alimento y llevar a su boca un bocado y seguir sobreviviendo.
Se sabe muy poco de él, a veces cuando se le pregunta por su nombre contesta: “Yo me llamo Wedel Jarlsberg”…, en otra ocasión responde: “Tangen… Andrés Tangen”. No se conoce a sus amigos ni pasado, ni a su familia. La mayor parte de su existencia está solo, tanto que los demás le consideran un loco, un solitario loco..., en fin, solo escritor.
Escribe artículos en el periódico “Morgenbladet”. Lo poco que recibe le sirve para comer, pero en su supervivencia el hambre no le permite escribir; muchas veces cuando esta frente a la hoja tratando de trazar palabras, frases o arreglando las partes oscuras de sus escritos, los dolores de cabeza y los "gusanos" que le carcomen el estómago, le impiden lograr su hazaña. Ha vendido hasta lo más pequeño de su propiedad, ha llegado hasta rogar para vender aquello que le cubría para dormir en las noches frías. El comprador le rechaza, no quiere la prenda ni para guardarlo ni mucho menos como regalo.
El hambre ha llegado hasta causarle mareos, no puede escribir así, pero se esfuerza y continúa con la hazaña de escribir algo genial.
Continua escribiendo…, a veces sus escritos son rechazados por el periódico; no vale el esfuerzo, el hambre le acecha a cada hora. Y cuando consigue algún monto de dinero, regala al que lo necesita. No es capaz de soportar la crisis de su conciencia, por eso cuando trata de cerrar los ojos por la noche con el estomago vacío, las tinieblas empiezan a reinar en él, de modo que, solo queda mantenerlos abiertos, pero no; todo está oscuro a su alrededor, no le sirve.
Muchas veces se pone a discutir con los demás, como con aquella mujer encinta que le ha abierto las puertas de su hogar y le ha dado de comer; discute con el anciano que está sentado en la banca, con los gendarmes, hasta con la muchacha a quien le persigue y le acusa de pobrete. Discute, discute…
Supervive entre el escribir y el hambre, muchas veces el hambre obstruye su mente y ello no le deja trabajar, pero continua haciendo los esfuerzos para acabar los pequeños artículos que quizá le puedan dar de comer un bocado. El bullicio y las hostilidades del lugar, no le permiten de hilvanar las ideas que tiene en mente.
Al fin se ha puesto a escribir un gran drama: "El signo de la cruz" y a través de ello llegar al éxito y poder comer, pero el hambre le ha derrotado, el manuscrito cae en pedazos; a pesar de los esfuerzos no logra sus objetivos. La vida le ha negado sus sueños y con ello ha obstruido su talento frente al papel.  Los pequeños trozos del drama están en el aire, esparcidos aquí, allá; a su alrededor.  
Caminando por el muelle buscando donde sentarse, el hambriento se para de repente en ese lugar y con la cabeza atontada se queda inmóvil. Estando ahí se encuentra con un marinero. El escritor saca sus gafas y lo guarda en el bolcillo como si abandonara el oficio de escribir…, se embarca por el mar; ahora se pone trabajar de lo que sea, de lo que sea.
El hambre mató a miles de escritores, pero no fue el caso de Hamsun. Él venció el hambre con este libro y pasó a ser un coloso de la literatura.
El Alto, invierno de 2019
   

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