Iván Apaza-Calle
Ella escribió:
—Buenas noches, señor escritor “loco”.
No sabía que responder. Respondí con el silencio, que dice todo, que
dice nada. La noche era fría, tan fría que se me helaba las manos y no podía
continuar recorriendo el libro que narraba la vida de un autodidacta,
visionario, genio, intuitivo, iconoclasta, diferente e inventor, en fin, Steve
Jobs. Años antes pensaba que era un escritor, que escribe libros exitosos, que
llegan a ser best sellers; encontraba
su mirada cada vez que pasaba por un puesto de libros en el pasaje Nuñez del
Prado, en “la Lanza” y en esos puestos a la intemperie de “la Ceja”, tenía la
mirada de seguridad con esa pose diciéndome puedes hacerlo. Aquellos libros llevaban
siempre su fotografía. Un amigo me sugirió las películas que trataban sobre su
vida, me enganché a tal sugerencia, vi “Steve
Jobs” de Danny Boyle y “Jobs” dirigida
por Jhosua Michael Stern. El primero enfoca la relación padre e hija asimismo
la tiranía y frialdad que poseía Jobs; el segundo la construcción de Apple, los obstáculos, los éxitos, la
derrota y nuevamente el éxito de Steve. Fue conmovedor ver cómo un joven raro y
rebelde inicia un proyecto que para muchos es imposible. Volví a los puestos de
libros, busqué toda referencia a él, y me topé con que no escribió nada, ni un
libro; en ese momento me sentí un comprador que no sabe nada de lo que compra.
Uno de los libreros—mientras
preguntaba—me dijo
—“Hay alguien que escribió sobre su vida y él colaboró en el nacimiento
y crecimiento de ese libro”, se refería a la obra de Isaacson.
El señor, sacó de un rincón, donde guardaba tesoros de libros, uno que
no tenía color. Estaba ansioso de verlo, quería tomarlo y hojearlo de una vez,
no importaba el precio, aunque muchas veces, los vendedores al ver los ojos
brillantes de un lector, aprovechaban para saciar su codicia, no todos por
cierto, hay libreros que conocen esa magia de leer dando una rebaja. Aquel era
uno de esos. Acabé comprando dos libros, “Steve
Jobs” (2012) de Karen Blumenthal y “Steve
Jobs. La biografía” (2011) de Walter Isaacson. Terminé de leer el primero,
salí doblemente conmovido por la hazaña de Jobs, sobre todo, por su opinión
sobre el tiempo y la muerte, leer ese consejo contundente: “Vuestro tiempo es finito, así que no lo malgastéis viviendo la vida de
otro”, fue certero aquella noche fría, cuanta verdad había en esas letras.
No pude dormir pensando en esa idea, ¿Acaso darle vueltas y vueltas era perder
el tiempo?, quizá. La muerte es un tema que tiene mucha relación al tiempo, los
seres humanos o cualquier ser vivo, cumple un ciclo vital, sólo somos tiempo en
el espacio, cada uno va camino hacia la muerte, cada día morimos como sentenció
Quevedo en “¡Ah de la vida!”
“Ayer se fue, mañana
no ha llegado,
Hoy se está yendo
sin parar un punto:
Soy un fue y un
será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y
ayer, junto
Pañales y mortaja, y
he quedado
Presentes sucesiones
de difunto”
El no pensar en la muerte o no tenerlo sentado a nuestro lado hace que
no valoremos la existencia. Uno de los méritos de Jobs, y no solamente de él
sino de muchos genios, es entender que solamente somos una estrella fugaz que
pasa rápidamente en un abrir y cerrar de ojos, siendo así, uno vive para sí. Suena
raro ¿verdad? Suena a individualismo, lo cierto es que, no hay otro modo de
aprovechar y exprimir el jugo de la existencia al máximo. La idea de ser sólo
una estrella fugaz en el universo, nos conduce a la conclusión importantísima
de Jobs, “… el valor de seguir los
dictados de vuestro corazón y de vuestra intuición” y no perder horas en
estériles opiniones negativas. La confianza en uno mismo, es un elemento clave
de los hombres simbólicos que ha tenido la humanidad hasta hoy; podemos no
estar de acuerdo con tales ideas y con la personalidad extravagante, tiránica,
rebelde, arrogante y terca de cada uno de ellos, pero no es posible ocultar que gracias a las
invenciones y descubrimientos de un T. A. Edison, N. Tesla, G. Galilei, I.
Newton, A. Einstein, L. Pasteur, S. Jobs, la especie humana fue explicándose
muchas interrogantes que durante mucho tiempo eran satisfechas con explicaciones
divinas y sobrenaturales que no eran convincentes.
El carácter que sale a flote en las películas y por su puesto en el
libro de Karen Blumenthal sobre Steve Jobs, es el mismo que tuvo Albert
Einstein, el clásico genio que sigue sus inquietudes sin hacer caso a las
opiniones bullangueras que se oyen aquí y allá, el demonio que les posee es el
mismo consumiéndoles, es símil a la solitaria de Flaubert que escamotea a la
vida con el trabajo y el esfuerzo desenfrenado hasta la muerte. En ambos genios
se encuentra caracteres comunes, Jobs desconoció a Lisa, su hija, y cada vez
que se negaba entraba de lleno a ser poseído por ese demonio de seguir e
insistir en crear el mejor ordenador personal, así como Einstein que al no
poder ver a sus hijos se refugiaba en resolver complejas ecuaciones.
Jobs y Einstein tuvieron la pasión incesante de cumplir y concretizar las
imágenes que llevaban en sus mentes, esa marcha sin cesar ni desmayar en el
proceso de la creación que para muchos es un acto de locura, aparentemente, en
el inicio no se pinta bien, no hay quien crea en las proyecciones que se
establecen, por eso parece ser algo descabellado. La insistencia con que
arremeten sin hacer caso a las reglas establecidas ni a las opiniones de los
demás, a la larga surge poco a poco, va ganando terreno y legitimidad hasta que
es real, en ese momento, aquellos que contrariaban con sus opiniones negativas
son los primeros en decir que si se podía.
Aquellos
jóvenes que hicieron posible los ordenadores Apple, el Apple Lisa, el Macintosh, el iMac, el iPod, el iPad, el iPhone. Eran los locos inadaptados, los rebeldes arrogantes. Sí, esos
que a partir de su creatividad dieron saltos progresivos en el conocimiento,
ese cambio que va por ellos, que: “Va por
los locos, los inadaptados, los rebeldes, los problemáticos. Los que están
fuera de sitio, quienes ven las cosas de un modo distinto…Y aunque algunos lo
vean como a unos locos, lo que vemos nosotros es genialidad. Porque aquellos
que están lo suficientemente locos como para creer que pueden cambiar el mundo
son quienes lo cambian”. Eso, eso fue el texto poético de Steve Jobs al
finalizar la película de Stern.
Al leer esto
aquella noche, después de las “Buenas
noches” que ella escribió, después de leer las dos palabras: “escritor y ‘loco’”, sobre todo después del largo silencio, respondí horas más
tarde.
— “es el mejor cumplido que me han hecho”.
El
Alto, fin de junio de 2018
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