PROHIBIDO ENAMORAR


Por Iván Apaza-Calle
A Ximena por todo.

Estábamos en algún lugar de la ciudad. Habíamos caminado muchas cuadras desde que nos vimos en busca de un parque con columpios.
Conocí a Camil por el facebook, no sabía cómo llamar su atención. Ella era una muchacha que de por si era exigente en sus amistades y en sus gustos; recuerdo muy bien cuando me preguntó cuánto media y qué me gustaba de la vida, si era un tacaño y un aguafiestas. Preguntaba todo en las conversaciones. Todo. Y sí. Estaba consciente que no tenía la ropa adecuada para llamar su interés. Solo me tenía a mí y lo que tenía en mente. Nada más. Y una de las cualidades era mi optimismo.

Aquella tarde caminamos varias cuadras, sin dirección alguna; acordamos caminar dejándonos llevar por las circunstancias. Partimos del centro de la ciudad por las calles que hasta ciertos lugares conocíamos, así mientras recorrimos hablando de esto y aquello, llegamos a calles desconocidas.
Sus delicadas manos sostenían una bufanda que producía un perfume que me daban ganas de aspirar eternamente. La belleza de Camil era incomparable: una sonrisa exacta, una mirada tierna y sus cabellos delicados…
—¿Qué canciones te gustan? Preguntó de repente.
Tenía varias canciones que me gustaban, pero no sabía por dónde empezar…, ni qué nombrarle.
—¡Danni! ¿Me escuchas? Preguntó otra vez. —Cómo es posible que no me escuches. Qué desconsiderado eres, tienes a una linda chica a tu lado y no le pones atención.
—Lo siento Camil. —Respondí.
—No digas más… ¡Ven! Acércate un poco.
—¿Qué? ¿Qué me acerque? ¿Me vas a pegar o qué?
—No tonto, quiero que te pongas el auricular. Escucharás las canciones que me gustan ¿Por qué eres así…?—Preguntó y no respondí.
Me dio el auricular, y puso las canciones que le gustaban. Cada vez que cambiaba de canción, iba explicándome el por qué le gustaba. Había una canción que le encantaba mucho, no sé de quién. No lo recuerdo. A mí también me encantaba y me gustaba la frase existente en esa canción: “vivir y ser feliz”.
De no ser por la bulla, el caos y las fiestas, seguiríamos escuchando las canciones que ella tenía en el celular. La avenida estaba llena de transeúntes y espectadores que observaban a los bailarines que danzaban en honor a la santidad desconocida.
—Te las haré escuchar en otro momento, hay mucha bulla. — Dijo Camil.  
Cruzamos una avenida y nos dirigimos a buscar un lugar donde pueda haber un columpio y tomar el café que llevaba en mi mochila. Las calles, las esquinas y las avenidas eran desconocidas. No había ninguna referencia. Caminaba mucha gente a nuestro alrededor, cruzaban las calles en apuros y otras como paseando.
Estábamos perdidos. Las calles en esta parte de la ciudad eran iguales, calles mugrientas, esquinas sin botes de basura y muchos restaurantes de pollos fritos por todas partes. Lo único que quizá podíamos hacer para salir de este laberinto, era tomar un minibús de letrero fosforescente que dijera Ceja. Con eso bastaba y sabiendo aquello, seguimos caminando en busca del columpio.
—Danni, por qué no preguntamos a la señora que vende dulces. Seguramente conoce un parque por aquí. Vayamos a comprarle algo y aprovechamos para preguntarle.
—Buena idea. —Respondí. Camil tenía esa cualidad de solucionar problemas y siempre tenía respuesta para todo. 
Nos acercamos a comprar al kiosco (una caseta metálica pintada de color verde). La señora tenía aproximadamente 50 años. Estaba sentada en un pequeño asiento y tenía cubierta sus piernas con una mantilla y en su cabeza un gorro que hacía de las suyas, así combatía al terrible frío provocado por el movimiento de los automóviles. 
—Qué va llevar caserita, pregunte no más. —Dijo la señora amablemente, mientras, Camil y yo mirábamos las pequeñas golosinas que estaban repartidas en el pequeño kiosco.
—Pregunte no más caserito. —Dijo otra vez. No sabíamos qué comprar. La oferta nos provocaba una indecisión, había tantas cosas que comprar, pero teníamos que elegir una y no sabíamos cuál. Pasaron unos cuantos minutos.
—¡A mirar no más vienen estos caseros! —Refunfuñó esta vez la señora algo molesta.
No le tomamos tanta atención. De repente Camil dijo:
— Danni, compremos papas fritas ¿Te gusta…?
—Compremos dos bolsitas. —Respondí. Hubo un momento de silencio. Esta vez pregunté — ¿Está bien?
—Dos son más que suficientes, Danni. —Dijo sonriendo.  
Compramos las papas fritas y nos retiramos de aquel lugar. No preguntamos nada sobre el parque, la señora había contestado la llamada en su celular y hablaba fuertemente, mientras alzaba la mano para cobrar. Pagamos y nos alejamos lentamente.
— ¿Qué mal no? —Preguntó Camil queriendo protestar
—La gente está loca o quizá nosotros somos los locos por andar por estos lugares desconocidos. —Dije. Y reímos un momento.  
—No digas esas cosas… No es cierto. ¿Siempre piensas así? Deberías dejar de pensar así, sacas conclusiones que no son. Ven Danni, sigamos buscando un parque con columpios, habrá alguien a quién preguntar. Come las papas fritas. Toma uno. —Me dio la bolsa y saqué una papa que estaba salada.
Nos detuvimos en una esquina. No había cómo cruzar la avenida. Los automóviles corrían como si estuvieran en un autódromo. Al frente, por fin había un pequeño letrero rectangular de color azul, donde se leía Avenida Ch. Nada más. En dicha avenida, había charcos de agua oscura y era peligroso andar por las aceras, porque uno no sabe cuándo será salpicado por un automóvil con esa mugre liquida.
Al fin cruzamos la avenida. Aquella tarde la humedad y el frío se impusieron en las calles. Los canes que andaban y deambulaban eran los más afectados; porque el frío combinado con la humedad les hacía crujir. Lo sé. Porque ya habiendo cruzado la vía, había un cachorro que tenía los ojos cubiertos de su pelaje y que temblaba como una gelatina. Estaba sujeto a una correa, acompañaba a un señor que tenía el rostro alegre. Aquello me animó a preguntarle al desconocido.
—Buenas tardes señor, disculpe que le moleste ¿Conoce por aquí algún parque?
—Uhmm ¿Un parque… Cerca de aquí?…, uhmm hay algo semejante a eso…, doblas en la tercera cuadra a la derecha de esta misma avenida caminas unas tres cuadras y doblas a la izquierda y vas directo por la calle Alameda y encontrarás una plazuela. —Dijo amablemente.
—Gracias señor, ehh tengo que ir directo por esta avenida, ¿verdad?
    Sí, directo y tres cuadras. Descuida. Tupa, para servirle. Ahh!! Y no hay de qué amigo, diviértanse mucho, solo que, tengan mucho cuidado hay delincuentes por todas partes. —Contestó con una voz animosa. El desconocido amable cruzó la calle llevando su mascota y se fue.
— ¿Queeeé? ¿Danni, entendiste algo de lo que dijo? —Preguntó Camil sorprendida.
—Algo Camil…, al menos, él no está enojado como la señora. Busquemos esa plazuela.
Caminamos tres cuadras en la misma avenida Ch. Doblamos a la derecha y seguimos. No había la plazuela, y no sabíamos si estábamos en la calle indicada. Camil sacó el celular y miraba silenciosa el aparato. No dije nada.
—Danni, este lugar no aparece en el GoogleMap ¿Qué raro no? —Dijo de repente.
—Sigamos caminando, encontraremos la bendita plazuela. Respondí para animarla.
Así empezó a hablar sobre las diferencias de pensar a los 30 y pensar a los 28 años. Yo miraba su hermoso rostro, sus cabellos que flotaban y que se movían al soplo de la brisa. Su voz tenía un tono que me mantenía en paz; escucharla hacía que no me importara nada.
De repente Camil dijo, —ahí está la plazuela.
El lugar estaba inhóspito. No había nadie en esa zona, tan solo unos árboles casi moribundos y varios canes que andaban en los jardines resecos. Era algo raro, la plazuela estaba desértica. Nos acercamos al centro donde había una estatua anónima y en el frente, en una pared de adobe, resaltaba un mensaje:

PROHIBIDO ENAMORAR. SOSPECHOSOS SERÁN QUEMADOS VIVOS

Debajo de aquella advertencia había una imagen mal pintada que aparentemente significaban dos personas ardiendo en llamas. En lo alto de un poste eléctrico, en la otra esquina de la plazuela, también se veía a un muñeco colgado con la cabeza encorvada cuya gorra roja estaba totalmente descolorida.
—Danni, si nos quedamos en este lugar, te aseguro que seremos los quemados vivos. Busquemos otra plaza, además el señor que viene hacía nosotros se ve algo raro.
— Tienes razón. Crucemos a la siguiente calle, ya encontraremos alguna avenida donde podamos tomar un minibús que nos pueda llevar a la Ceja. —Dije también.
El desgraciado nos miraba fijamente. Llevaba un saco azul oscuro, un jeans azul y su caminar parecía tambalear de un lado al otro, tenía las manos puestas en su bolsillo, como si llevara algo. Seguimos hablando, como si nada pasara, como si no nos importara su mirada desgraciada, así seguimos hasta encontrar otra calle empedrada, y otra vez en la esquina el muñeco colgado con la cabeza encorvada. 
—Danni esta es una mala tarde. Dijo ella.
Hubo un momento de silencio.
—No pienses eso Camil, también piensas cosas que no son. ¿Sabes? Nosotros hacemos nuestra tarde. Así que sigamos caminando, ya encontraremos un parque con columpios como te gustan a ti.
—Eso es lo que me gusta de ti, Danni. Aunque como todo optimista eres un soñador. —Dijo.
De repente Camil tomó mis brazos y se apoyó en mis hombros. Noté que estaba cansada. Al saber esto, deseaba tanto que hubiera una banca en la siguiente avenida, para poder sentarnos un momento y por lo menos descansar. La larga caminata en busca del parque con columpios había agotado a la muchacha de sonrisa exacta.
—Camil, me gusta que te apoyes en mis hombros. No sé…, mmm pero sinceramente me pone bien. —Dije y la abracé sin pensar dos veces.
Mientras caminamos por una calle empedrada, cruzamos otras calles, y nos encontramos con un alboroto. Había muchas personas aglutinadas en un solo lugar; en ella, aparecían dos policías, uno alto y el otro de mediana estatura, que discutían con la gente. Ya de cerca, el policía alto, empezó a arrastrar a dos jovenzuelos totalmente embarrados. El tipo era robusto y en su rostro se notaba que se divertía arrastrando a los desgraciados. No sin mucho esfuerzo los cargó en la vagoneta y los encerró en la parte trasera.
—Danni esta es una mala tarde. —Dijo otra vez mirándome a los ojos.
—Claro que no Camil, no sigas con eso. Mejor mira aquello. Ese policía se divierte con su trabajo. —Ella empezó a sonreír al mirar aquello que estaba a unos pasos de nosotros. Se puso delante de mí y caminó hacia atrás.
—Danni ya sé lo que haremos —Me miró sonriente. —Lleguemos a la avenida, seguramente hay una banca. Debe haber una parada y una banca. Tomaremos ahí el café mientras esperamos el minibús y nos olvidamos del columpio.
Por un momento pensé en preguntarle al policía sobre algún parque con columpios, pero me abstuve, temí interrumpir su diversión, además, la avenida no estaba lejos. Y bueno, no sabía cómo reaccionaría “el verde olivo”. Camil y yo éramos también unos sospechosos para la gente que estaba aglomerada en el lugar. Mejor no preguntar y simplemente seguir caminando como todo desconocido.
El coche de los policías arrancó y se llevó a los supuestos delincuentes. Caminamos en dirección de la avenida, tal como dijo Camil. Ella siempre tenía ideas geniales respecto a todo. Recuerdo muy bien aquella vez que me sacó de un problema con solo decirme unas cuantas palabras. A partir de entonces cada vez que no le hago caso o por alguna razón no comprendo lo que dice, me llama tonto, lo que a mí no me molesta sino cada vez que dice esa palabra me es gracioso oírlo.
—Danni—dijo de repente. —Aquella señora que viene con su pequeño me recuerda a mamá. Ella solía tomarme de las manos para que no tropezara. Son tantas cosas que recuerdo, como cuando pelaba las frutas para mí. Mamá era increíble y aún lo sigue siendo.
A cada paso que dábamos, la señora y el pequeño se acercaban más. La madre estaba vestida con una pollera rosada, un mandil gris, una chompa beige y cargaba un aguayo multicolor en la espalda; el pequeño tenía unos 3 años, llevaba una chamarrita color rojo y un pantaloncito plomo,  sus pequeños pasitos provocaban luces en sus zapatillas al caminar, parecía correr; pero los pasos de su madre develaban que venían lentamente.
—Danni, deja que hable yo. Tú no eres bueno preguntando. La última vez que preguntaste no fue nada bueno, el señor del cachorro, te dio una mala referencia. Ese sitio no tenía nada cercano a una plazuela.
—Bueno, entonces pregunta por el parque con columpios. A ver si te dan una buena referencia, jovencita. —Respondí. 
—Eres un bobo. Mejor cierra la boca y observa.
Dejamos a la multitud varios metros atrás. Aún seguían aglomerados a pesar que los supuestos delincuentes ya no estaban. Los dos sujetos embarrados tuvieron mucha suerte, porque de no ser por esos policías estarían ardiendo en llamas, como en la advertencia o colgados como los muñecos descoloridos.
Nos acercamos a la señora. Camil le saludó en un tono delicado, hice lo mismo, pero ella era quien llevaría a cabo la pregunta. Hice caso, cerré la boca y no dije nada. Mientras hablaban yo me divertía haciendo sonreír al pequeño guiñándole mis ojos. Era un buen chico. Si hay algo sincero en el mundo era la sonrisa del pequeño. Aquella sonrisa del pequeñín me alegró más la tarde. 
La señora indicaba a Camil sobre la existencia del parque con columpios muy cerca de donde estábamos. Señalaba con sus manos la dirección, y como siempre la señorita de los cabellos delicados preguntaba a detalle cada indicación que le daba la madre. Justo cuando ya estaban por despedirse, le di mi mano al pequeño, nos dimos un apretón de manos y para divertirle moví mi mano tan rápido como fuera posible lo que causaba risas al pequeño.
—Danni vas a lastimar al pequeño. —Dijo Camil dándome una palmada en la espalda.
No respondí, estaba concentrado en cómo se divertía el pequeño. Mi nombre es Danni dije mientras sostenía sus pequeñas manos, el pequeño respondió diciendo Dan, Dan. D-a-n-n-i, deletreé y nuevamente respondió Dan, Dan. Camil y la madre del pequeño reían entre ellas.
Nos despedimos de aquellos dos seres. El pequeño estaba nuevamente de la mano de su madre y nos miraba una y otra vez mientras se alejaba. Levantaba su manito izquierda y hacia movimientos de despedida. De repente su madre le alzó y le llevó entre sus brazos.
Camil estaba sonriente como siempre y nuevamente tomó mis brazos. —Tenemos que cruzar la avenida y a partir de ahí caminar dos cuadras y una cuadra hacía la izquierda, el parque está justo frente al mercado.
En la avenida de cuatro carriles hacía un frío aterrador. Ya estando en el frente iba una pareja delante de nosotros, iban distanciados a un metro, el uno del otro. —Espera un momento. —Dijo Camil.
—Por qué, qué pasó.
—Solo espera un momento. Dijo otra vez pero a media voz.
Paramos unos segundos mientras la pareja se distanciaba de nosotros. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero Camil se había dado cuenta de algo.
—Queeé, por qué paramos de repente. —Dije.
—Mira— Dijo en voz baja. —Cuando el amor se acaba las, parejas caminan así.
—¿Qué? ―Dije nuevamente, y no sé a qué se refería.
—Tonto…
—Ya no me llames tonto, solo explícame qué sucede.
Se paró y me miró a los ojos. Empezó a decir que aquellas dos personas estaban viviendo sus últimos días de pareja, que al inicio cuando empezaron a enamorar seguramente sintieron algo bonito, y que poco a poco su relación terminó en eso que vimos. Dijo además que así era el amor, que se acaba tarde o temprano. Aquella respuesta me dejó pensando, no estaba de acuerdo. Tenía que existir algo más para que acabara las relaciones de pareja.  
—El amor es un arte, depende de pequeños detalles, no es una cuestión de suerte Camil, simplemente aquella pareja dejó morir esa llama porque así lo quisieron.
Se quedó pensativa. Hubo un momento de silencio hasta llegar al mercado.
—Mejor no hablemos de estas cosas complicadas Camil, solo vivamos y seamos felices este día. —Dije nuevamente para romper el silencio.
El parque tenía árboles, sus jardines estaban conservados y cuidados como debían. Había muchas personas que caminaban, otras estaban sentadas en las bancas permanentes, y alguno que otro esperaba en una esquina. Camil estaba contenta; en el fondo del parque estaban los columpios que tanto habíamos buscado por esta parte de la ciudad. En verdad, no sabíamos dónde estábamos. Pero eso no importaba ahora, lo que importaba era ir hacia los columpios y tomar el café que llevaba en la mochila.
Había muchos niños que jugaban en el lugar, el tobogán no paraba de tener a muchachitos que resbalaban gritando. Cada niño trataba de agarrar al otro, así había unos que escapaban y otros que perseguían. Las travesuras de los pequeños también provocaban un sonido en las gravas con las que estaba cubierto el suelo.
Los faroles públicos pronto empezaron a encenderse, la tarde se había ido y la noche empezaba a nacer. No hacía mucho viento. El lugar por sí mismo era tranquilo en lo que respecta a los ventarrones que eran comunes desde que caminamos. La humedad ya no hacía de las suyas sino daba frescor al lugar. Camil se había adelantado a los columpios.
—Danni no esperes más, ven acá, ¡apúrate! —Vociferaba desde los columpios. Camil estaba meciéndose poco a poco en el columpio, sentada y sujetada por dos correas metálicas, sus delicadas manos agarraban las correas y sus pies daban impulso para el movimiento. Cada vez que me acercaba, su sonrisa era más clara, lo que a mí me hacía sonreír, pero sobre todo me alegraba. Después de todo, ella estaba ahí al fin: en el columpio.
Pronto me puse a impulsarla; así sentía el vértigo que provoca el subir y bajar. Luego de impulsarla, me senté en la banca que estaba frente al columpio. Saqué el termo, y serví el café que aún estaba caliente.
—Malo. —Dijo de repente mientras se balanceaba
—Por qué dices eso Camil. —Dije También.
—Porque tomarás el café sin mí.
—Claro que no, Camil.
—Debiste esperarme, Danni.
Me dirigí hacía ella y traté de sostenerla parando el movimiento del columpio. Le miré a los ojos. Ella estaba algo molesta, porque pensaba que iba a tomar el café solo, pero en ningún momento se me ocurrió aquello. Mientras la miraba de repente le sonreí, no dije nada, solo sonreí y ella también empezó a sonreír.
—Tú también llegas a conclusiones que no son. El café que está enfriándose es para ti. Buscamos este lugar por media ciudad y quise que tomaras el café en el columpio. ―Le dije.
—Bobo, tú me haces pensar cosas que no son. —Dijo de repente.
— ¿Yo…? Dejemos esto aquí y espera que traiga el café que debe estar listo.
Me acerqué nuevamente hacía ella, esta vez con el vasito y el termo. Ella se balanceaba levemente, soplaba como queriendo enfriar más el café, bebió cierta cantidad y me devolvió el vasito que aun contenía el líquido. Bebí lentamente el resto. Ella sonreía al verme y con eso me daba todo.
Dejé a un lado el termo y me puse a sus espaldas. Empecé a impulsarla poco a poco. Cada vez que regresaba a mí me decía una palabra. Así las palabras que me dejaba en cada regreso se iban formando en una oración: Todo es pasajero, el tiempo se lleva todo. No sabía que responder ni sabía qué pensar. Luego mientras se balanceaba y le empujaba empezó a decir frases:

Somos seres efímeros,
Estamos por breve tiempo en la tierra;
Nos asemejamos a una estrella fugaz,
Y andamos por los lugares desconocidos de la vida.
Así la vida como el columpio es un subir y bajar.

Tampoco supe que decir. Solo callé y seguí impulsándola.
Solo la impulsaba. Luego me puse en la banca. Saqué el celular y le tomé varias fotografías, así elegí una…, una fotografía donde se veía natural, como le gustaba.

Estábamos sentados en la banca metálica de la parada de los buses, justo en la avenida que cruzamos por la tarde. El frío hacía de las suyas y venía acompañado de un viento que parecía cortarnos la piel. No había ninguna señal de algún bus ni un minibús que tuviera el letrero fosforescente. Serví el último vasito de café. La calle esta vez no estaba desierta. Había muchos automóviles que corrían por ambos carriles. Las luces de varios motorizados, hacían imposible ver y cruzar la avenida y los estridentes motores ponían nervioso a cualquiera En ese preciso momento aquella señora que nos había indicado la dirección del parque con columpios estaba de vuelta y cruzaba la avenida con el pequeñín y de la nada, así por así, el automóvil estaba acelerando para sobrepasar al otro que era un taxi. El granuja no frenaba. El automóvil no dejaba de acelerar, la señora y al pequeñín estaban paralizados como cuando no sabes si ir por un lado o por otro; estaba asustado, no sabía si gritar o correr, sin embargo el conductor esquivó a los dos seres y se vino contra nosotros.  
Estaba inmóvil. Mi cuerpo no respondía a mi voluntad, abrí los ojos y la banca de espera estaba destruida, el motorizado aún tenía encendido el motor, era una vagoneta blanca y dentro de él yacían dos personas…
Trate de mirar alrededor, no podía; costaba moverme y no podía ni tan solo unos milímetros, no, no, no, no podía. Por un milagro Camil estaba a mi lado, podía moverse, pasaron unos minutos ella vino hacía mí y me abrazó. De repente aquella señora gritaba pidiendo auxilio, y lloraba el pequeño. Todo pasó de repente, así sin darnos cuenta, sin darnos tiempo para movernos o escapar. Todo pasó en unos segundos. De no ser por aquel poste eléctrico y las estructuras metálicas que cubrían la banca, no estaría contando esta historia ni tampoco recobrarían sentido las frases que me dijo Camil en el columpio.


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