DEAR WHITE PEOPLE

Queridos blancos:

Primero, perdón por eso de “blancos”; sé muy bien que no lo son, como diría Mohamed Ali hace casi sesenta años, con su famosa sordidez; ustedes no se acercan ni de lejos a dicho color, en realidad son más tirados al anaranjado o al rosado; sé que les parecerá medio raro que les diga “queridos naranjitos o rosaditos”, así que lo dejamos nomás en “blancos”; aunque yo me acerco más al café, pueden decirme “negro” nomás, pero no como me lanzaría, en un mensaje de Whatsapp, doña Sisinia Anze: “negro de m”; si desean, pueden decirme negro con cariño o incluso con amor o deseo anticristiano, no con la bronca mediocre de la ya mencionada. Estamos en un país democrático, aunque para ustedes el término “negro” resulte más despectivo que el de “blanco”. Cosa de psicología social, de resentimientos o de complejos nomás, pues.

Segundo, disculparán que sea tan atrevido en esta cartita, pero crecí en un ambiente en el que tanto profesores, vecinos, medios de comunicación y hasta música me decían que tenía que estar callado, que había que escuchar al “blanco de turno”, aunque fuera casi marrón (Paz Zamora) o hablara como si tuviera medio moco atravesado en la nariz (Banzer); crecí atendiendo al “blanco a cargo” que los mayores me ordenaban escuchar; es decir, crecí en Ciudad Satélite, a finales de los ochenta y principios de los noventa, ¿se imaginan crecer ahí siendo el más morenito de mi clase, de mi cuadra y de mi zona? Era como estar en tierra de nadie en cuanto a opiniones o derecho de expresión: allá al oeste, al sur y al norte estaban los aymaras, la gente que me enseñó a querer y si tengo algo bien de humano buena gente, es gracias a ellos, y bueno, al este, donde salía el sol, estaba el barranco que llevaba a la ciudad, ese territorio desconocido para mí, más blanco y, por lo tanto, más cercano a todo lo que se veía en la televisión. Tras esta justificación bien rayada, disculparán mi atrevimiento, pues.

Tercero, medio que estoy enojadito porque los malos, ahora, son los que dicen considerarse “blancos”, esa gente que entró al gobierno y ahora emite, a través del señor Arturo Murillo Prijic, juicios muy absurdos y carentes de sentido. Ese futuro que Orwell presentía, ese que temía que sucediera (“Si quieres una imagen del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano para siempre”), se adelantó, por decirlo así, en Bolivia: la rosca clásica de estúpidos ha regresado.

Esa gente me pone en una situación grave, les confieso, porque como son los “blancos a cargo” y, al mismo tiempo, no son gente muy lúcida que digamos, me provoca decirles sus verdades como me salga, sin miedo, sin asco, sin piedad, ya que dicen que la pluma es más venenosa que lengua de político migrante, me preocupa que me digan que los insulto por ser “racista”, o “clasista”, o lo que sea que condenen los “políticamente inclusivos” (incluido alguno que otro “amigo escritor”, que puede tildarme de “machista” por no involucrar a los glbtx en mi carta), porque, a ver, les detallo: 1. estoy esperando que la alcaldía de Cochabamba me pague un premio que gané con todas las de la ley, sin amenazar a nadie, ni matar a ningún jurado o escribidor-competidor ni nada por el estilo, me lo deben desde enero...; 2. como hay pandemia, no hay posibilidades de ir a colegios a acomodar mis libritos, 3. tengo dos wawas qué mantener, ambas nacidas de distintas madres (insertar emoji de sonrisa pervertida acá), y 4. si me expreso mal, guiado por la bronca, quizá posterguen el pago, arguyendo pretextos políticos y burocráticos-meritocráticos; pensé escribir una carta abierta al alcalde Leyes, pero creo que no es buena idea, todavía.

A lo que me voy, querida “gente blanca” que lee esta cartita, y gente “no blanca” que por accidente ha posado sus ojos en este documento, es que ahora se ha vuelto bien maniquea la polarización de opiniones y temo meterme en generalizaciones y, por ende, ponerme la soga al cuello, sin necesidad de que “activistxs clasemedierxs” me can-ce-len.

Al punto, pues: Les confieso que me da bronca este gobierno transitorio, lleno de gente que nunca pudo ser importante para nuestra gente porque nació en la comodidad de “su condición mental de poder heredado”, ese tipo de gente que Almaraz describe en uno de sus libros: “se sentían dueños del país pero al mismo tiempo lo despreciaban” (así, igualitos, papa partida, siameses descritos); el retorno de esa rosca de gente inútil del gobierno me empluma, tanto, que ya parezco cóndor con panza nomás de recordar las babosadas que dijeron desde que se metieron a gobernar. Es decir, sí, sabemos que el Evo fue un embustero egomaniaco con complejo de tata-cura-instrumentalista-machista poco enterado de que la salud es casi tan importante que el fútbol y todo eso, y mucha de su gente cercana también hizo macana y media con el país en más de una década, pero sinceramente esta nueva gente ha alcanzado el récord en arruinar la imagen del gobierno/escobita nueva: entraron ya podridos a gobernar, eso me empluma y me hace decir recórcholis y cáspitas y caracoles, porque si escribo con lo que realmente quiero expresar, los pseudoescritores que se hacen a los importantes y dignos focos que guían a multitudes por el camino de las sombras, me dirán que soy vulgar y, por ende, mal escritor.

Así pues, querida “gente blanca” y “no blanca”, este problema me afecta tanto como saber que muchos de mis amigos tienen parientes con coronavirus, tanto como pensar en que no habrá feria del libro este año (y quizás la próxima feria sea virtual, puag), o creer que no nos pagarán a los premiados este año (tanto a los premios nacionales de literatura: Mamani y compañía, como municipales de Santa Cruz: Urquiola y Cochabamba: Yo)... es decir, me enoja este gobierno de gente que emitió en su momento su posición de racismo, y temo que si les digo a ellos sus verdades, ustedes se sientan aludidos.

No, no son ustedes, cumpas... ¿ya?

Así pues, sabrán perdonarme si en otro documento me manifiesto con bronca y vulgaridad, lanzando más veneno que de costumbre.

A ustedes los aprecio, aunque sean más naranjas o rosados que blancos...

Hasta otra ocasión, pues.

Por Daniel Averanga Montiel


Daniel Averanga Montiel

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