Por:
Iván Apaza-Calle
Puede
que recordar sea sumirse en un determinado tiempo y dejar pasar el presente,
quizá lo más congruente, respecto al recuerdo, sea la reflexión de las
experiencias que uno deja trazado en los papeles, pues como se ha visto a lo
largo de la historia, las palabras en el papel han conservado las ideas de los
pensadores; si no fuera por las palabras en el papel se dejaría al olvido muchas
experiencias y conocimientos en la nada. La única manera de poder conocer un
pensamiento, conocimiento de un determinado ser es a través de sus escritos
como los escritos de Aristóteles, o en otros casos el escrito de otro sobre
este, así podemos conocer a Sócrates a través de “Los diálogos” de Platón. Pero además podemos no solo conocer el
conocimiento de una persona a través de las letras sino que también las
características de una determinada sociedad y época, como es el caso de las
novelas y cuentos. Hay algo más; a través de las palabras podemos conocer el
carácter y espíritu de una persona, especialmente en aquellos que escriben con
sangre[1]
parafraseando a Nietzsche. Este es el caso de Ayar Quispe.
No
dudamos que Ayar Quispe, en este tiempo ha sido un escritor autóctono más
rebelde; pues esa rebeldía corrió por sus venas, está plasmada en sus libros,
¡SI!, estamos plenamente en lo cierto, Ayar no dejó de ser un guerrero de las
letras; con sus escritos, como el viento fuerte de las cordilleras del
Qullasuyu, limpia uno a uno, de rincón a rincón a los anti-libertarios. Pero
¿solo eso?, no, además cuando destruye a estos chitakus del sistema q’ara,
despeja la mente del indio, dejando así debajo del ch’ullu la ideología de la
liberación.
Toda
la producción de Ayar, siempre ha estado dirigida al indio como tal, por eso
quien recorra por las páginas de sus libros estará en suelo firme, ya no existirá
apabullado, obtendrá firmeza de sí, se convertirá en el aymara y guerreará para
sí; eso es precisamente el aymara, que tomando conciencia de lo que es en la totalidad colonial, deja de ser
lo que había sido hasta entonces: indio, para devenir en aymara.
En
cada aseveración que nos arroja Ayar en sus libros, existe una “verdad de fuego”
que incendia la falsedad colonial que nos impuso el blanco, ¡ah!, despoja los
determinismos que nos han hecho creer, que estamos destinados a ser oprimidos y
no tener una existencia libre, sino de indio, pero escuchen este bramido del
fornido aymara: “… no podemos cruzarnos de brazos ante los opresores seculares;
ya que combatirlos a ellos es proseguir la campaña que comenzaron nuestros
antepasados guerreros…; si se hace eterna la opresión, eterna puede ser la guerra”
del autóctono contra el q’ara. Sí, sí, es la voz del aymara, son las palabras
rebeldes de Ayar Quispe que al igual que otros que aman la liberación, jamás de
los jamases estuvieron vencidos por el colonialista, de ahí que de tiempo en
tiempo, de generación en generación, existe la guerra de liberación y no parará
mientras estemos como estamos. No nos cansamos ni cansaremos de luchar hasta
lograr la liberación de los aymaras en este siglo, por eso —en palabras de Gamaliel Churata —“el
deber de quienes detentan la Wiphala del
Inka es no abandonar la batalla antes de
la Victoria”[2].
Ayar
no cesó de escribir, es un aymara que sin cesar escribió palabras que incendian
la aparente calma del sistema q’ara, para provocar la guerra total, es uno de esos escritores que extrae la
piedra entorpecedora que se encuentra en medio del barro y el adobe, pruebas
concretas son sus escritos, provocando
cual si fuera viento como en las pajas bravas el movimiento y la melodía de
guerra en los llamados indios; cosa contraria es esto: racismo, mentira dice el
q’ara al leer sus libros, ¡bah!. Son calumnias y a las deshonras hay que
enterrarlas, con verdades. Tapemos pues a esa boca que de ella solo sale aliento
asfixiante para los indios.
Cualquiera
que se zambulla en la producción de Ayar Quispe a partir de sus primeras obras
hasta la última, se dará cuenta que hay una agudización sobre el colonizado, la
guerra y su liberación, la misma literatura que leía, eran referente a estos
temas. La causa para que se remitiera a este tipo de textos radica en la carencia de estos en los
movimientos de liberación en estas tierras qullavinas a través de la violencia,
no es raro que entre sus libros de cabecera estaban autores como: Fanon,
Cleaver, Malcolm X y Reinaga.
Cada
una de las personas son particulares, en la medida que viven experiencias
especificas; no existe otro Ayar ni existirá, quizá haya alguien que se acerque
a su tipología, pero este no será: es otro. Esto se debe a la complexión personal;
la experiencia de Ayar tuvo mucha influencia de las acciones y las ideas de su
padre, no es raro que inicie escribiendo sus primeras palabras en los boletines
rebeldes de la ORAT y sea uno de los fundadores y militantes del EGTK a temprana edad; hubo algo en Ayar, un doble
compromiso, con su identidad y con su padre. La misma situación social, su
condición negó sus sueños personales, la reacción frente a esta es la
destrucción de aquello que le niega para poder hacerse como se quiere; dejar el
proyecto de ser un médico, no ha sido por gana y gusto para Ayar sino una
negación externa; la frustración condujo al entendimiento de lo que se es en el
país colonial, esos sacudimientos proporcionados por lo externo le liberó del
aturdimiento al que había sido sumido, ¿a caso no es así?, vemos que la gran
mayoría en el mundo colonial no quiso ser lo que es, y dejan ese objetivo a sus
descendientes, solo son cuando el hijo o la hija llega a ser lo que ellos no
pudieron ser. Que haya optado por la antropología, no quiere decir que sea un
impulso meramente personal, sino que necesitaba de insumos y herramientas para
entender su vivencia, esa elección era por la necesidad social no por la
satisfacción intima sino un compromiso con sus pares, la misma temática en el
que estaba inmerso: la violencia, es consecuencia de la necesidad y de lo que
estaba viviendo.
Necesitamos
plantearnos lo siguiente para entender más: ¿Por qué se tiene sed?, porque el cuerpo necesita de esta materia
para mantenerse con vida, y el ser vivo tiene que satisfacer esta necesidad, de
lo contrario perecerá. Jean-Paul Sartre, se preguntaba de manera general lo
siguiente respecto al tema que tratamos: “¿Por qué se lee novelas o ensayos?”,
reformulemos la pregunta ¿por qué se lee ensayos y novelas sobre una temática?
La respuesta de Sartre, nos da luces para resolver esta cuestión: “Hay algo que
falta en la vida de la persona que lee, y eso es lo que busca en el libro. Lo
que le falta es un sentido, pues precisamente ese sentido total
es lo que él dará al libro que lee. El sentido que le falta es
evidentemente el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está
mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca
del cual, al mismo tiempo, quienes lo viven saben bien que podría ser otra cosa”[3]. De
hecho, las acciones de las personas, vienen dirigidas por intereses e
inclinaciones y quieren ser satisfechas; a menudo en los escritores y filósofos
ocurre tal situación, pues un vacio puede conducirles a una amplia bibliografía
o una búsqueda interminable a través de la reflexión para llenar ese vacío y
eso se puede notar cuando se lee su producción. Pongamos en claro. Las obras de
Ayar, tienen esa característica. Si se analiza en forma general, a partir de “Los tupakataristas revolucionarios”, “Indianismo” e “Indianismo-katarismo”, Ayar está tratando de llenar el vacío que
hay, esto es, la guerra contra colonial que tienen que encaminar los autóctonos;
él había puesto como elemento fundamental y fundacional del indianismo a la
guerra, ya que así había surgido y se
había mostrado en la historia, no como un mero discurso sino en la praxis. Las
cosas eran al revés, la misma praxis contra colonial ya estaba ahí y necesitaba
un discurso para ser legítimo, Ayar entendía la liberación así, precisamente lo
que trataba de explicar y fundamentar en sus escritos era eso.
La
clave para la liberación según Ayar, descansaba en que los indios una vez
sabido la situación en la que se encuentran pasen a la guerra de liberación, ya
que en ella se develaban muchas cosas como quien es quien; es en esas
instancias donde el colono camuflado de descolonizador, se muestra en su
condición real; así se aprecia cuando se
lee los diarios de los españoles en la revuelta de 1781-1783 y en las jornadas
2000-2003 lideradas por Felipe Quispe Huanca. Pero lo que escribía, no era la
de un escribidor de ficciones descontento de la vida queriendo mejorarla en una
novela, o en un cuento, no era de esa calaña; él escribía la realidad tal como
se presentaba, no cambiaba el nombre de una localidad con otro, ni el tiempo,
mucho menos sus personajes tenían otros nombres como Jorge Luis Borges
enseñaba. Escribió la verdad, escribía sin tapujos. Las ficciones no estaban
para él. La tesis sobre la literatura de Vargas Llosa, la realidad-ficción,
donde los lectores se refugian en el mundo de las letras y escribiendo en sus
escritos un mundo mejor que la que vive, solo descansa en los ensueños trazados
en el papel que pueden ser dignos de ser leídos sirviendo como refugio para
aquellos que sufren el descontento de la externalidad; sin embargo, ello puede
ser para algunos un impulso para transformar la realidad; tengo en claro que,
entre estos dos tipos de escribir: realidad-ficción y realidad, el trabajo de
Ayar era de un militante que escribe pensamientos que quieren liberar sin la
ficción sino solo con la realidad y a partir de esta.
En
cada escritor sea de cualquier calaña, hay una experiencia, una vivencia que
orienta el carácter de un escrito, por tanto lo que piensa el escribidor. Uno
no escribe por escribir a no ser por la vanidad, pero aun esta es un empuje
para que se tracen letras al papel; pero hay otras razones profundas para que
uno escriba, en el caso de Ayar, fue un compromiso con la nación aymara, por
más que uno quiera escapar a su entorno, no puede, de algún modo lo externo
influye en el pensamiento. La opresión de la casta secular sobre los indios fue
una razón para el autor de “Los
tupakataristas revolucionarios”.
Si
cada escritor tiene una vivencia, esta se viene reflejada en sus escritos. El
escritor negro Richard Wright por ejemplo, trazó toda su experiencia de vida en
sus novelas y cuentos; en “Black Boy”
podemos hallar como el racismo de los blancos sobre los negros era tan soberbia
y diferencial que recorriendo sus páginas el lector puede imaginar esa vida
agria y áspera de la opresión donde había una fila de blancos y otra de negros
para tomar el tranvía[4]. Aquí
Wright, refleja su vivencia, no puede ser de otro modo, uno no deja de estar
condicionado por su contexto; el problema que se presenta exteriormente es
tratado de entender. ¿Qué tiene que ver esto con el tema que tratamos? En
primera instancia, Ayar como escritor y pensador, escribía a partir de su vivencia; su crítica a la intelligentsia
blanco-mestizo, en “Indianismo” (2011)
e “Indianismo-katarismo” (2014) fue fuerte para los lectores
contrarios a la vivencia de Ayar, pero
satisfactoria para los aymaras conscientes de su condición, esto
producto de la misma vivencia, “solo el
que ha sido indio comprende lo que es ser indio” de otro modo solo se produce la descripción de
una contemplación. Entre la contemplación y la experimentación hay una diferencia
abismal. En mi opinión en la descripción de la contemplación sólo llega a mostrar
desde un determinado punto de vista algo;
en cambio los escritos a partir de la experiencia pueden conmover a
aquel que vive eso que está escrito, pues, habla de él; al leer las palabras rebeldes, el sujeto que lee se observa como en
un espejo, convirtiéndolo en rebelde; José Ortega y Gasset, en un análisis
genial sobre “la escala de distancias
espirituales entre la realidad y nosotros”
señala que “los grados de alejamiento (de la realidad), por el
contrario, significan grados de liberación en que objetivamos el suceso real, convirtiéndolo en puro tema
de contemplación”[5],
consecuentemente, “en la escala de realidades corresponde a la realidad vivida
una peculiar primacía que nos obliga a considerarla como ‘la’ realidad por
excelencia”[6], en
consecuencia solo aquel que ha vivido la opresión colonial puede mostrar esa
experiencia a través de las letras, de otro modo, solo es la descripción de la
contemplación, ya lo dijo Reinaga, solo “se revela
al indio pero no se rebela”[7], pues
solo el espíritu que es resultado de la vivenciación puede encender la llamarada de la liberación,
y esta solo es posible cuando se vive.
[1] NIETZSCHE Federico, “Así hablaba
Zaratustra. Un libro para todos y para nadie”, Madrid: Sempere, s/a, (De todo lo escrito no me gusta más que lo
que uno escribe con su sangre. Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu) p. 31.
[2]CHURATA Gamaliel, “El pez de oro.
Retablos del Laykhakuy”, Perú: II Festival del libro Puneño/CORPUNO, 1987,
Tomo I, p. 36
[3] SARTRE Jean-Paul y otros, “¿Para
qué sirve la literatura?”, Buenos aires: PROTEO, 1967, p. 102
[5] ORTEGA y Gasset José, “La
deshumanización del arte e ideas sobre la novela”, Madrid: Revista
Occidente, 1928, p. 27.
[6] Ibíd., p.28
[7] REINAGA Fausto, “La revolución
india”, Bolivia: PIB, 1970, p. 455.
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