Por: Ivan Apaza-Calle
Cuando uno se
encuentra frente a un mecanismo de dominación, observa toda una gama de
estrategias y formas que mantienen la quietud social; se evita lo más posible la disonancia social.
Lo que se quiere, es la normalidad social para poder ejecutar el plan político.
Esta gama de estrategias políticas son
sutiles; no es fácil darse cuenta de su funcionamiento. En la medida que se
efectúa cualquiera de estas estrategias antisubversivas adquiere la característica de
normal. Se ha visto en cualquier
situación que la repetición sucesiva de una determinada idea, discurso tiende a
normalizarse, sea en la política, sea en el mercado hasta ser considerada como
algo incuestionable. La consecuencia es,
que el sujeto que cuestiona esas estrategias es descartado y descalificado; esto evidencia
que, las políticas de gobierno son reverenciadas con tanto ahínco, con tanta fe, que
se ha convertido a gran parte de la sociedad en un país de ciegos y sordos.
El funcionamiento de
una de éstas consiste a su vez en la no-cuestión misma del militante político.
Los únicos capaces de cambiar una estrategia política son pocos, son los
caudillos letrados mandamases del caudillo déspota. El mecanismo es que los
subalternos repiten hasta en el balbuceo; existe una secuencia de ecos que
llegan hasta lo micro-social y la reproducción de la misma.
La estrategia
política del discurso, de los discursos del caudillo déspota contra una
movilización, no son preparados por este, sino por los caudillos letrados, en
fin, la cabeza solo es símbolo, es el ropaje con el que se encubre la casta
colonial.
El discurso de la descalificación política a un determinado sector social que exige
sus necesidades insatisfechas por el gobierno, es común. Más aun, cuando la
última semana vecinos de Achacachi se movilizaron reivindicando la renuncia de
su Alcalde y la liberación de su dirigente. A esta dinámica social se ha
sobrevenido una ola de descalificaciones producto de esa variedad de estrategias
de dominación. El fenómeno, evidencia dos tipos sobresalientes, el primero, los
caudillos letrados y el segundo (consecuencia
del primero), los representantes de organizaciones sociales.
Los caudillos
letrados han acusado de “político” a la movilización social acaecidos
recientemente. Pero, es falso cuando un ministro (a), senador (a), diputado (a)
o cualquier otro (a) servidor (a) gubernamental acusa de político a una
dinámica social que demanda y protesta tomando medidas radicales. El gobierno
siendo elegido, tiene un fin político antes y después de ser gobierno,
consecuentemente hay una esencia política en la misma gobernabilidad asimismo
en el discurso que emiten. He ahí, la gran estrategia política: calificar a
cualquier dinámica social de movimiento político.
Del mismo modo, los
dirigentes cuales loros frente al domesticador han defendido al gobierno,
acusando de político a una demanda de un colectivo social. Entendamos; defender
a un gobierno, es un acto político. Es la defensa de un militante, no de un
dirigente sindical que reivindica el interés del colectivo social al cual
representa.
En el fondo esa
calificación sea de un dirigente sindical o del funcionario del gobierno es en
el sentido estricto del término, político y déspota.
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