“Nuestro principal
enemigo es el miedo y lo tenemos dentro”
(Domitila Barrios[1])
Por Magali Vianca Copa
Pabón
La
noche del once de noviembre, un día después de la renuncia de Evo, los vecinos
y vecinas de varios barrios alteños (vivo en el distrito tres de El Alto) salimos
espontáneamente de nuestras casas. Se prendieron fogatas en cada esquina, muchos
estábamos armados de palos esperando al enemigo, aunque no sabíamos bien quién
o quiénes eran… a diferencia de otras luchas del pasado, salimos por miedo a
las agresiones que podían venir de afuera, de los “vándalos” o los “militares”.
Este miedo se ha multiplicado a lo largo de los días y las semanas, instalándose
en nuestra subjetividad.
Como
dijo Domitila Barrios, nuestro enemigo es el miedo. Sin embargo, este no es un
miedo que se enfrenta con coraje, pues se trata de un tipo de miedo convertido
en herramienta política de división, cooptación y polarización, alimentada
desde un doble lenguaje (pacificación con mensajes de provocación, pacificación
con militarización). El miedo al otro (“vándalo” y “terrorista”), el miedo a
cambiar y construir una nueva política (“¿qué vendrá después de Evo?”) El miedo
que justifica la intervención violenta de las Fuerzas Armadas, el miedo de
decir y pensar diferente en nuestros propios contextos. El miedo sirve para movilizar y exacerbar a la
población facilitando la entrega del poder ciudadano a los caudillos. El miedo
ha abierto grietas profundas de dolor sellada con la muerte de treinta y cinco
personas en varias partes del país.
Nadie
quiere escuchar otras voces que no sean a favor de lo que uno cree o piensa.
Vivimos, como diría Castoriadis, una clausura de sentido a partir de la
exclusión del otro. Se trataría de una política del miedo que toma lo que
encuentra, como las jerarquías y desigualdades existentes en el seno de nuestra
sociedad (las diferencias raciales, de clase, etc), para movilizarlas al
servicio de una moral y política específica, para instalar a un grupo a expensa
de otro. En nuestras palabras diríamos que esta política del miedo se ha
servido de las taras de nuestra
sociedad para establecer nuevas condiciones de dominación y control de los
otros.
Así,
se re-instala la política del enemigo interno, se reproducen las dicotomías (salvaje-civilizado,
centro-periferia, rural-urbano) generando la anulación del otro y culpando al
otro de su propio sufrimiento. Como cuando el agresor hombre culpa a la mujer
de ser agredida.
No obstante, esta
política no es reciente, recordemos que Evo culpaba al imperialismo y a los
derechistas de sus propios errores y debilidades. Encubría las políticas de
despojo de territorios indígenas (TIPNIS) y reprimía las protestas indígena y
universitarias (Achacachi, UPEA) a títulos de que “son de derecha”, hasta el
último momento el MAS se ha servicio del miedo (“si
nos vamos se perderán los bonos”) para permanecer en el poder.
De igual forma el actual régimen señala y
juzga a sus enemigos con similares estrategias (“vándalo” – “terrorista”), como
escuché de mis colegas abogados ¿Quién juzga? la misma estructura de jueces y
fiscales, pero esta vez, a favor del otro bando.
Esta
polarización tiene un efecto expansivo a nivel internacional. Hace poco el ex vicepresidente
Álvaro García Línera publicó en la Jornada de México un artículo bajo el título
“El odio al indio” (17/11/19), en su texto se esfuerza por mostrar el racismo y
fascismo de la derecha para victimizar a Evo y justificar el fraude electoral.
Limpia con sangre indígena sus propios errores políticos. Crea una narrativa de
odio al otro indígena, al servicio de intereses políticos concretos. Viste al Estado
de un ficticio paraíso de igualdad a favor del indio con datos maquillados,
cuando en realidad gran parte de los muertos en Senkata no son precisamente
indígenas que están perdiendo la igualdad económica y social otorgada por el
anterior gobierno (Ver el testimonio de J, Kastaya Pagina siete 01/12/19), pues
se trata de personas que nunca obtuvieron los privilegios del poder como Linera
y, murieron como carne de cañón en manos de las misma fuerzas militares que el
gobierno de Evo Morales alentó con bonos poco antes de irse.
Vivimos
una etapa de polarización alimentada por el miedo. Un miedo que puede gatillar
hacia la confrontación y el revanchismo. Comprender que muchas expresiones de
odio sirven a quienes gozarán de los privilegios del poder (la repartija de
pegas y el circo electoral en camino) es un buen comienzo. La polarización no
aporta en nada en la re-articulación de la base social, la emergencia de nuevos
liderazgos, la superación del corporativismo sindical y la corrupción. No
aporta en nada en una reflexión sobria de lo que nos sucede.
El gobierno actual se
asienta sobre las mismas bases del viejo poder reproduciendo los mismos
dispositivos (ponen algunos indígenas para aparentar su inclusión, remplazan
funcionarios públicos y ponen el poder judicial a su servicio), quizá el único
cambio es la fachada discursiva: de una “indigenista” hacia una “democrática”.
[1] Esta frase la digo Domitila Barrios junto a otras mujeres comenzaron
una huelga de hambre que desembocó, en 1978, en el derrocamiento de la
dictadura de Hugo Banzer Suarez. El miedo es nuestro enemigo, no es el otro ni
el poder es lo que construimos dentro y no sabemos nombrar, es el miedo.
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