BREVES REFLEXIONES SOBRE LAS ELECCIONES, EL MESTIZAJE Y LA LUCHA EMANCIPADORA SOCIAL


Por Young-Hyun Kim

Este ensayo es mi reflexión como intelectual e historiador que ha investigado las luchas populares de emancipación social en Bolivia. Digo que solo quiero ofrecerles unas perspectivas que vienen físicamente a la distancia (Corea del Sur en este momento), pero con profunda simpatía a las/os amigas/os, hermanas/os, jilatas y kullakas de Chukiyawu-El Alto-La Paz que es la mejor parte de mi mundo.
La política boliviana continuará siendo polarizada y tambaleante como es fácil predecirlo. Es interesante reflexionar sobre cómo Evo Morales surgió como símbolo del “triunfo de los vilipendiados” (Víctor Oporto Ordóñez, 2002) durante los años 1990 y cómo se ha convertido – desde las perspectivas de no un pequeño número de ciudadanxs – en el último representante de “la vieja politiquería” en los recientes años. Mucha gente tenía gran esperanza del experimento notable del Estado Plurinacional con respecto a la posibilidad del nuevo horizonte de descolonización. No es raro que proyectemos nuestros anhelos y visiones sobre un político que encarna ciertas imágenes del cambio progresivo. Con frecuencia buscamos algún partido o líder político, cuya llegada al poder sea idéntica al cambio social que verdaderamente queremos como si él pueda solucionar los problemas complicados de la sociedad de la noche a la mañana. Es como el mesías salvador, o el profeta que proclama el destino inminente. ¿Hay cualquier advertencia contra “falsos profetas”? Quizás, para parafrasear los versos de J. Cole (2016), sea una culpa de la sociedad por idolatrar a un político que se presenta como indio. “Hubo un tiempo en que él era un héroe, tal vez. Esa es la razón por la cual su caída en desgracia es difícil de tomar.”
Bueno, sea el presidente Mesa o el presidente Morales, la emancipación social no es idéntica a cualquiera de ellos. Reflexiones intelectuales serias señalan que, en varios momentos de la historia, son las bases de la sociedad las que son el motor de la lucha emancipadora (p. ej. los comunitarios indios de 1780-1781 y 1899, los caciques-apoderados, colonos y comunarios de los años 1930s-1940s, los mineros, los indianistas y kataristas de los años 1970s-1980s, y los luchadores del 2000-2003). Tengo un horizonte antiestatal y soy crítico a la política nacionalista que quiere combinarse con el proyecto de estado-nación. Por eso estoy poco cansado de los debates políticos que revelan las obsesiones con quien (no) debe ser el presidente, en vez del pensamiento sobre cómo se enfrentan las contradicciones y las injusticias que el Estado perpetuará y nuevamente producirá bajo la bandera de “la revolución democrática” (MAS) o “la democracia restaurada” (CC). La democracia liberal es tan engañosa que las elecciones fomentan más juegos de politiquería para ganar como en partidos de deporte que el proceso emancipador para eliminar las causas estructurales de varias formas de exclusión social. No vuelvan a hacer el error de identificar a un líder político con la democracia, la revolución, y la emancipación. La emancipación social democrática no viene de gente como Carlos Mesa, Doria Medina y muchos otros representantes de la casta aristocrática y sus afiliados sino de lxs ciudadanxs que saben constante y permanentemente interpelar al sistema de poder que quiere imponerse sobre ellxs.
Como argumenta Raquel Gutiérrez Aguilar (2008; 2017), hay que concebir la política y la democracia más allá de la del Estado. Esta forma de política y democracia, en mi opinión, proviene de los movimientos de amplias masas que nunca dejan de interpelar al gobierno, de producir sus conocimientos acerca de la sociedad, de expresarlos haciendo frente a injusticias sociales capitalistas y (neo) coloniales, y de tumbar el poder político que perpetua aquellas injusticias. Si bien tal forma de política y democracia puede ser subordinada a una forma estatal que se conecta con “la democratización social” como teoriza René Zavaleta Mercado (1986), hay fuerzas sociales que no pueden y no deben ser subordinadas así.
Como escribía recientemente Carlos Macusaya (http://jichha.blogspot.com/2019/10/elecciones-e-identidad-indigena-antes-y.html), “lo indígena” ha dejado de ser “un elemento cohesionador de mayorías” en el contexto político boliviano durante los últimos años. Aunque se perpetúan varias formas de exclusión social que se vinculan estructuralmente al pasado colonial y el colonialismo interno actual, hablar de “lo indígena” como parte de la política emancipadora se ha hecho un tanto controvertido y de doble filo en parte por la política oficialista que ha selectivamente incorporado los símbolos y movimientos indígenas a su sistema de gobernación que produce sus propias formas de autoritarismo, corrupción y politiquería. ¿Alguien quiere proponer que haya que volver al modelo de mestizaje? ¿Quiere volver a forjar una homogeneidad cultural-social de un modo totalizante, negando el hecho obvio de que se estructura la sociedad desigualmente a lo largo de las líneas de división étnica racializada y de clase? Cualquier discurso de homogeneidad mestiza (Mesa 2013 + García Linera 2014) pierde vigencia a la luz de la realidad social en que unos nacen con todas las comodidades de la vida y otros tienen que trabajar en las calles desde la niñez y se superpone esa diferenciación socioeconómica con color de piel (¿Algunos jailones que anden en la Ceja, tal vez?). Bueno, hay una propuesta de “indianizar el mestizaje” como propone Silvia Rivera Cusicanqui (2010; 2018) con su concepto de “ch’ixi.” La verdad es que vivimos con diferentes herencias culturales y sociales que se nos han puesto a nuestros modos de comportarnos, pensar y vivir a través de las relaciones interculturales, de inter-clase y de inter-género que pasan en nuestra vida. Así somos con “manchas” innumerables que han dejado sus marcas en nuestro comportamiento, pensamiento y vida con todas las implicaciones de la relación de poder vinculada al colonialismo (interno), imperialismo, patriarcado y a muchos otros sistemas que producen y reproducen las desigualdades y las injusticias sociales. En ese sentido, existe un mestizaje, pero nunca produce una homogeneidad y soluciona permanentemente las contradicciones derivadas de la relación de poder incrustada en cualquier forma de mestizaje. Saben que el mestizaje es un proceso bien doloroso que implica dominación, violación y explotación. (¡Nunca produce una raza cósmica que viva en armonía!)
Las recientes movilizaciones en Chile y Ecuador demuestran que el sistema de opresión y explotación capitalista salvaje neoliberal alineado con castas políticas nunca deja de intentar imponerse sobre las masas. Espero que esas masas nunca pierdan su capacidad para interpelar y derrotar al sistema opresivo y explotador. Si bien hay gente que aún cree que el MAS representa una revolución contra ese sistema, la verdad es que su Estado encarna más lo que Eduardo Gudynas denomina “el extractivismo progresivo” que a pesar del adjetivo “progresivo,” significa una forma política económica de desarrollo que destruye la naturaleza y viola los derechos territoriales de las naciones indígenas amazónicas. Ya se ha aclarado tras los conflictos del TIPNIS que el MAS no quiere a los indios que interpelan a su monopolio de poder y a sus programas que engañosamente se han denominado “Socialismo Comunitario.” Bueno, hay sectores marginales rurales y barriales que han beneficiado de la política del MAS. No quiero negar que Evo Morales significa un verdadero cambio para no un pequeño número de personas. Como historiador, me pregunto harto cómo esta época de Morales se recordará en el futuro. La revisión de los casos de otros países (Evita y Perón en Argentina, Salvador Allende y Augusto Pinochet en Chile, Alberto Fujimori en Perú, etc.) puede ayudarnos, pero para siempre hay que reflexionar basado en las experiencias históricas de varios individuos y colectivos distintos en relación con otros.
Quienes Jorge Sanjinés (1989) denominaba “la Nación Clandestina” ya no son clandestinas ya que se ha visibilizado poderosamente en la forma de poder económico de comerciantes aymaras en los últimos dos o tres décadas. Ya no son las naciones clandestinas el aymara, el quechua, el guaraní, el uru-chipaya, y muchas otras que se han visibilizado por sus luchas por los derechos y libertad. Sus fuerzas no van a desaparecer con facilidad independientemente de quien gobierna como demuestra la historia de la resistencia subalterna en diferentes lugares y épocas. Bueno, habrá los historiadores, en mi opinión, que identifican este proceso de la visibilización de las naciones anteriores clandestinas con el poder representado por Evo Morales. Para unos, será así. Pero no dudo que habrá gente que tiene la conciencia del rol decisivo de las fuerzas históricas más importantes. Hay que recordarlo.
Con mi profunda simpatía
Baram
Young-Hyun Kim

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