Por Chryslen Mayra Barbosa Gonçalves
Según
datos de la OIT (2021), Bolivia es el país con el mayor porcentaje de
trabajadores empleados en la economía informal (82,8%) en Latinoamérica, un
numero superior al de sus vecinos (Brasil: 47,1%; Perú: 68,3%; Chile: 27%). Propongo,
en esta exposición, un análisis de la informalidad boliviana, especialmente en el
altiplano andino, a partir de la resistencia cotidiana de las mujeres ante la
precarización económica. Más que leer la economía informal por las deficiencias
– que existen – de sus trabajadores, apoyada por la perspectiva de las
economías populares quiero sostener los aspectos de resistencia que existen en
la producción de estas economías construidas por mujeres indígenas.
El Alto
es la ciudad boliviana con mayor numero de trabajadores informales. La
formación de este espacio urbano en los años 1970 y 1980 se dio por las
constantes migraciones de las provincias rurales indígenas del altiplano
andino. Estas migraciones no conformaron un éxodo rural al estilo de otros
países de la región, dado que la relación entre espacio urbano y espacio rural
nunca se rompió, el hecho de que estos grupos (especialmente indígenas) ocupen
y produzcan la urbanidad alteña no hizo con que sus relaciones con las
comunidades rurales sean descompuestas. La mayor parte de las familias alteñas,
como la mía, siguen manteniendo relaciones con el territorio rural en la
producción de alimentos, en las responsabilidades políticas de los cargos de
autoridad indígenas, en los momentos festivos, etc. Este vínculo entre urbano y
rural auxilió para la construcción de una economía muy propia de la ciudad de
El Alto y para el establecimiento de una urbanidad aymarizada.
Con el proceso de migración muchas personas que salían de
las comunidades indígenas no lograban puestos de trabajos formales en la ciudad
de La Paz[1], sobre todo las mujeres.
Las mujeres indígenas de la primera generación de migrantes con las cuáles
establezco una convivencia en el mercado y en la familia[2] tuvieron que trabajar como
empleadas domesticas para las élites de La Paz[3], pero todas ellas dejaron
el trabajo doméstico para construir una economía propia en el territorio alteño:
comideras, fruteras, vendedoras de hortalizas, carniceras… Las mujeres aprovecharon
el vínculo que se mantuvo entre las comunidades productoras de alimentos y la
ciudad para inventar un mercado que dialogue con el campo. Hoy, la ciudad de El
Alto contiene más de 400 ferias diarias, distribuidas en las distintas zonas de
la ciudad, y es en estas ferias que la economía alteña es movilizada. Desde que
vivo en la ciudad de El Alto, ya hacen cinco años, nunca entré a un
supermercado para comprar productos de necesidad básica. En las ferias, como la
16 de Julio, es posible encontrar desde productos agrícolas hasta ropas,
coches, animales y repuestos de aviones. La economía alteña está en estas
formas de ocupación de las calles. No solo en las ferias, en las esquinas y
plazas también hay puestos de comideras, de vendedoras de dulces, de vendedoras
de hoja de coca – producto esencial para la manutención de la vida en el
altiplano andino.
Cuando llegué a El Alto siempre me preguntaba por qué
aquí no se establecían redes multinacionales de supermercados como en Brasil.
Con el tiempo y la convivencia cotidiana con las comerciantes de mi zona,
percibí que hay una lógica económica propia que moviliza las relaciones
comerciales alteñas. Muchos elementos de las relaciones de reciprocidad de las
comunidades indígenas fueron transferidos y resignificados en las relaciones
comerciales de esta urbanización alteña. El ayni, que en el campo es una
forma de reciprocidad simétrica en el trabajo de la producción de la tierra,
aquí fue resignificado como una reciprocidad entre compradoras y vendedoras
conocidas como caseras. En la economía de las caseras una persona
mantiene relaciones de compra de un tipo de producto con la misma comerciante,
del mismo modo esta vendedora siempre tendrá productos disponibles para ofrecer
a su compradora. Un ejemplo de esta reciprocidad es que, si alguien ofrece
comprar todos los productos de una casera vendedora, esta se negará a
vender con el siguiente argumento: “¿Después qué voy a vender para mis
caseras?”. La manutención de las relaciones entre caseras está más
allá de los sentidos tradicionalistas económicos de maximización de las
ganancias.
Este no es un vínculo que se establece solamente con la compra
y venta, hay otros elementos que articulan estas relaciones comerciales. Cuando
una persona se hace casera de una vendedora, asume la responsabilidad
con esta comerciante de siempre comprar en su puesto, así mismo la casera le
ofrece otros elementos a cambio, más allá del producto mismo. La yapa es
uno de estos elementos, puede ser entendida como un aumento del producto
comprado que no será cobrado por la comerciante, es un “agrado” que hace con
que la relación entre caseras se mantenga; así, es común escuchar en las
ferias y calles de El Alto, mientras la vendedora ofrece el producto a la
compradora: “Ahí está, casera, ¡con su yapa más!”.
Otro elemento de la relación de caseras es la iraqa,
la palabra puede ser traducida como “rebaja”. La iraqa es una
reducción del precio del producto comprado, una reducción específica para las caseras;
regularmente se escucha de la casera vendedora, cuándo compramos
algo: “Bien rebajadito te voy a vender, casera!”.
El ayni, la yapa y la iraqa son
relaciones vinculadas a la economía del cariño de las caseras aymaras. Muchas
veces, charlando con mis caseras, ellas evidenciaban la necesidad del cariño
como elemento indispensable en esta economía: “Con cariño hay que
vender. Cuánto más cariño, más caseras tenemos.”. El cariño es
explicado por ellas como la predisposición en tratar bien a las caseras, en
sonreír, conocer los gustos específicos de cada persona que viene comprar, dar yapas
y saber rebajar cuándo percibes las necesidades de la persona que siempre
vuelve al puesto de venta. A parte de eso, mi casera comidera me explicó
que el cariño es el hecho de “cocinar para los demás con amor, como
se cocina para los hijos”, esto tiene que ver con el proceso de domesticación
del espacio público de las mujeres aymaras alteñas, la expansión del cuidado
para el espacio social, pero también la expansión hacia otros sujetos no
consanguíneos. Las madres cuidan de sus hijos en las calles, en sus puestos de
venta, ahí establecen relaciones con las otras mujeres, se movilizan
políticamente en gremios, son autoridades políticas en las zonas urbanas y en
los sindicatos, ahí también hacen sus rituales a la Pachamama (conocida como
Madre Tierra): el espacio económico es un lugar de expresión total para estas
mujeres, la expresión de la economía de las caseras, una economía
vinculada al cariño y al cuidado colectivo, una economía construida a
pesar del proceso de precarización económica y como resistencia cotidiana a
ello. Las mujeres aymaras, con la Economía de las caseras, nos enseñan
que es posible construir una economía del cuidado con la resignificación y
expansión de la idea del cariño y de la reciprocidad.
Casera de frutas del Mercado Cosmos, El Alto. Fuente: Foto de la autora. |
[1] La ciudad de La Paz está localizada en la parte baja de
la ciudad de El Alto, se conoce como “la hoyada” por ser muy parecida a la
estructura de un hoyo. El Alto fue consolidada como municipio independiente en
1986, antes de eso el territorio alteño era caracterizado como un espacio periférico
perteneciente a la ciudad de La Paz.
[2] Mi família aymara no es consanguínea, es mi familia
política.
[3] Muchas investigaciones sobre este período de migración
evidencian que los hombres migrantes lograron algunos trabajos formales en el sector
de trasporte y de construcción civil.
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